Época: Imperio ProtoBizanti
Inicio: Año 395
Fin: Año 518

Antecedente:
El Imperio Proto-Bizantino
Siguientes:
Problemas religiosos



Comentario

Este primer siglo de completa independencia del gobierno imperial de Constantinopla abarca los reinados de los siguientes emperadores: Arcadio (395-408), Teodosio II (408-450), Marciano (450-457), León I (457-474), León II (474), Zenón (474-491, con el intermedio de Basilisco en 475-476), y Anastasio (491-518).
Estos emperadores podrían agruparse en dos dinastías, especialmente si por ello entendemos no sólo una auténtica relación de parentesco, con preferencia paterno-filial, sino la continuidad de un mismo grupo de la clase dirigente en el control del poder imperial. Los dos primeros emperadores, Arcadio y Teodosio II, pertenecían a la familia del gran Teodosio, siendo padre e hijo. Mientras que Marciano estaba emparentado con la dinastía por su matrimonio con Pulqueria, una hija de Arcadio. Sus reinados representaron la continuidad de unos mismos grupos de poder instaurados en la Corte de Constantinopla desde los tiempos de Valente, y en especial de Teodosio, y que suponía una preeminencia de burócratas y nobles con especiales vínculos con la dinastía y con una cierta desvinculación con las provincias más orientales -incluso había gentes de procedencia latina y occidental-, y de militares de procedencia bárbara apoyados en séquitos de soldados de su mismo origen, que constituían así el núcleo fundamental del ejército de maniobra acuartelado en las proximidades de la misma capital.

Los otros cuatro emperadores podrían constituir una nueva y distinta dinastía, en la que el único lazo de parentesco estaría representado por la importante figura de la emperatriz Ariadna. Pues esta hija de León I contraería sucesivamente matrimonio con Zenón y Anastasio, justificando y/o fortaleciendo la subida al trono de éstos. De su primer matrimonio nacerá León II, de breve reinado por su prematura muerte. Pero el cambio de dinastía significó bastante más que el de una familia por otra. En buena medida supuso también una importante renovación en el grupo dirigente y en sus instrumentos políticos. Los años transcurridos desde la muerte de Teodosio habían supuesto una paulatina separación del Occidente romano y de sus grupos dirigentes; mientras que el mismo poder imperial en aquellas tierras se había ido reduciendo a la sola península italiana. Y en esas condiciones era lógico que las ricas provincias orientales -de Asia Menor, Siria y Egipto- hicieran sentir su peso en la Corte de Constantinopla, tanto aceptando a una mayoría de gentes provenientes de sus círculos dirigentes, como buscando unos posicionamientos ideológicos (religiosos) más conformes con el sentir de aquéllas. Por otro lado, el fin de la dinastía de Teodosio significó también el de los especiales vínculos de la casa imperial con nobles de procedencia barbárica. Y la misma preponderancia de los orientales en la Corte supuso también la búsqueda de un ejército compuesto fundamentalmente de gentes de esa misma procedencia.

Planteadas así las líneas de fuerza de la evolución política del Imperio durante el siglo V, no cabe duda que los principales problemas que tuvieron que encarar los diversos gobiernos fueron de dos tipos: conflictos étnicos y conflictos religiosos. Aunque en más de una ocasión se entremezclaran unos y otros. Para su resolución los diversos gobiernos no sólo echaron mano de medidas coyunturales sino que también se procedió a muy importantes reformas administrativas, financieras y de legislación civil y religiosa (Concilios ecuménicos), algunas de las cuales habrían de tener importancia decisiva en la posterior historia bizantina.

Los problemas de tipo étnico que tuvo que enfrentar el Imperio en este siglo fueron fundamentalmente tres, presentados de forma mas o menos sucesiva: germánico, isáurico y búlgaro. De ellos los dos primeros se presentaron fundamentalmente como dificultades internas al Imperio; derivados de la problemática planteada por la existencia de algunas etnias especializadas en suplir de soldados al Imperio pero conservando su identidad étnica, y siendo utilizadas como instrumento de presión y de ascenso en la Corte imperial por parte de su jefes, que mantenían una específica situación de mando y autoridad sobre las mismas al margen de las estructuras político-administrativas del Imperio.

El primer problema en presentarse fue el germánico, y más concretamente el gótico. Éste era una consecuencia directa de la política llevada a cabo por Teodosio el Grande, que había tratado de resolver los graves problemas militares creados en los Balcanes con la gran invasión y victoria godas de Adrianópolis (376). Pues el emperador hispano habría querido resolver la doble crisis representada por la invasión de los Balcanes por los godos y por la destrucción del ejército de maniobra oriental mediante la conversión de los invasores en soldados federados. Es decir, contra la entrega de libramientos regulares y periódicos de subsidios alimentarios y la colación de grados del ejército imperial a los principales jefes godos, Teodosio se aseguraba el concurso militar de los soldados godos, en una buena medida encuadrados en los séquitos personales (Gefolgen) de aquellos. Sin embargo la tardanza en dichos libramientos, la ambición y rivalidad de esos mismos nobles godos, y hasta el mismo carácter personal de la relación de fidelidad existente entre éstos y el gobierno imperial habrían creado situaciones de crisis y de abierta rebeldía entre dichas tropas federadas y el gobierno de Constantinopla, peligrosas para el mismo.

La primera crisis se habría producido con la muerte de Teodosio y la disputa surgida entre los gobiernos de Constantinopla y Roma por la posesión del Ilírico oriental, y del ejército de maniobra oriental, bajo el mando del generalísimo occidental Estilicón -auténtico regente en nombre del emperador Honorio-, así enfrentado al gobierno constantinopolitano de Rufino, prefecto del pretorio oriental. Al calor de dicha disputa y de la amenazadora marcha de Estilicón hacia los Balcanes se produciría la rebelión de una buena parte de los godos federados allí establecidos bajo el liderazgo del joven Alarico. Este último pertenecía al noble linaje de los Baltos que había gozado de la preeminencia entre los godos Tervingios desde mediados del siglo IV. Alarico habría constituido entonces (395) una novedosa monarquía militar de tipo germánico sobre la base principal de dichos federados godos, para cuya consolidación necesitaba urgentemente de una base territorial y de un alto mando militar imperial, evitando así la concurrencia de otros posibles nobles godos rivales suyos y de su familia. En una situación apurada es posible que Rufino buscase la alianza de los godos de Alarico para oponerse a las apetencias hegemónicas de Estilicón. La momentánea solución de la crisis entre ambos gobiernos imperiales, con la caída y muerte de Rufino, había lanzado a Alarico y sus godos a realizar una demostración de fuerza invadiendo y saqueando Grecia (396-397). La incapacidad de Estilicón para derrotar de una forma concluyente a Alarico y nuevas desavenencias entre ambos gobiernos imperiales habían obligado al emperador Arcadio a ceder a las aspiraciones del godo. Alarico fue nombrado generalísimo (magister militum) con mando en el disputado Ilírico; además, se le concedía un territorio para asentar a sus godos en el Epiro, y posiblemente atribuciones de naturaleza fiscal para conseguir recursos para sus tropas federadas. Con ello el gobierno de Constantinopla alejaba de sus cercanías al ambicioso rey godo, creando de paso problemas al gobierno occidental dominado por Estilicón. Esto ultimo, junto con las dificultades para Alarico de mantener a su pueblo y ejército en el empobrecido Epiro, decidirían la definitiva marcha a Occidente del rey godo y su pueblo, iniciando en el 401 la invasión de Italia y una nueva presión sobre el gobierno occidental y Estilicón.

El definitivo alejamiento de Alarico y sus godos posiblemente pudo ser provocado también por el triunfo en Constantinopla de una corriente política contraria a los pactos con grupos de federados godos. La devolución por Estilicón del ejército de maniobra oriental y la subsiguiente desaparición de Rufino supusieron el predominio en la Corte constantinopolitana del general godo Gainas, que tenía bajo su clientela personal al núcleo de dicho ejército, compuesto por tropas federadas de godos greutungos u ostrogodos. Las aspiraciones de Gainas a convertirse en una especie de Estilicón oriental suscitaron en Constantinopla una amplia coalición de fuerzas contrarias, que agrupaba tanto a sectores eclesiásticos católicos, bajo el liderazgo del discutido pero influyente obispo capitalino Juan Crisóstomo, como a intelectuales y aristócratas paganos que todavía gozaban de alguna influencia en las provincias orientales. La precipitación y el error de cálculo de Gainas terminarían finalmente en un violento levantamiento popular de la población de Constantinopla en la noche del 11 al 12 de julio del 400, que cogió desprevenido al general godo y a sus tropas. Masacrada en la misma ciudad una buena parte de sus soldados de élite, el resto de sus fuerzas resultaría poco tiempo después vencidos en campo abierto, cayendo muerto el propio Gainas.

Liberado de grupos de bárbaros federados bien organizados en torno a clientelas militares nobiliarias, el gobierno de Constantinopla emprendería a partir de entonces una política militar menos dependiente de las tropas de federados de este tipo, reconstruyendo pausadamente un ejército más nacional y acudiendo en caso de necesidad a la compra de la paz en las amenazadas fronteras danubianas mediante la entrega de fuertes cantidades de subsidios alimenticios y de metal precioso. Dicha política se practicó especialmente durante los años en que el mundo bárbaro de la Europa central y oriental estuvo dominado por la gran construcción político-militar que fue el Imperio húnico de Atila, que así prefirió lanzar sus peligrosas invasiones depredatorias sobre la Pars occidentis del Imperio, tras más de una década (a partir del 430) de periódicas incursiones en los Balcanes al norte de las Termópilas. La derrota de Atila en las Galias en el 451 y su muerte dos años después habrían supuesto un cierto cambio en la política balcánica de Constantinopla. Si en el 452 el emperador Marciano trató ya de pasar a la ofensiva, la crisis profunda en que entró el Imperio húnico a la muerte de Atila puso a disposición de Bizancio importantes contingentes de posibles tropas federadas, especialmente ostrogodos, que hasta entonces habían servido bajo las banderas del rey huno en una situación de dependencia por parte de sus nobles detentadores de séquitos militares. Así parecía reproducirse en un cierto sentido la situación existente cuando la política filogótica de Teodosio, aunque tal vez con una mejor posición para el Imperio. Marciano procedería entonces al asentamiento de germanos, en especial ostrogodos, y hunos en las provincias danubianas y en Tracia.

En todo caso la reanudación de la política de pactos de federación con los diversos nobles bárbaros, ostrogodos especialmente, poseedores de dichas clientelas, habría sido instrumentalizada por un general de origen alano, Aspar, entre el 450 y el 470. Fuerte de la alianza con el poderoso jefe ostrogodo Teodorico el Tuerto (Estrabón) Aspar lograría regentar el decisivo comando del ejército de maniobra oriental (Magister praesentalis), mientras su hijo Ardabur ocupaba la jefatura militar en las provincias orientales. Tanto los emperadores Marciano como en especial León habrían así debido el trono al poderoso Aspar. La ambición de éste habría llegado hasta pretender la sucesión imperial para su hijo Patricio, nombrado césar. Para contrapesar tan excesivo poder, el propio León I habría acudido a buscar el apoyo de una especie de bárbaros interiores que era el belicoso pueblo de los isaurios. Éstos habitaban una montañosa y pobre región en el sudeste de Anatolia, y se habían especializado tanto en el bandidaje como en contratarse como soldados privados al servicio de los poderosos a la manera de las clientelas militares de raigambre germánica. Así León I habría buscado la alianza de un poderoso noble isaúrico, Tarasicodisa, que bajo el nombre de Zenón en el 467 contraería matrimonio con la hija del emperador, Ariadna, siendo nombrado jefe del poderoso ejército de Tracia. Con su apoyo un motín urbano antigermánico estallaría y triunfaría en Constantinopla en el 471, que costó la vida a Aspar y terminó con el predominio militar de los federados ostrogodos. En los años sucesivos tanto León I como Zenón sabrían jugar hábilmente con las rivalidades entre los diversos jefes godos, en especial entre Teodorico el Tuerto y Teodorico el Amalo, descendiente de un poderosísimo linaje godo; en concreto Zenón se movería entre la política de guerra abierta y la de concesión de subsidios alimenticios para las tropas godas y cargos en la administración militar para los jefes de éstas. Tras la aniquilación del primero, el peligro que representaba el segundo con el grueso del pueblo ostrogodo asentado en Mesia sería conjurado al aceptar en el 488 Teodorico el Amalo el encargo de Zenón de dirigirse con todo su pueblo a la conquista, en nombre del Imperio, de Italia dominada por Odoacro.

De esta manera Bizancio se libraba al cabo de un siglo del peligroso problema germánico, en especial godo. En su solución no sólo había resultado decisiva una hábil política imperial de apoyo a un reclutamiento militar romano, sino también las mismas debilidades de los diversos jefes bárbaros. Pues éstos se encontraron cogidos en el mismo dilema de su total integración en las filas de la alta oficialidad del ejército imperial y del mantenimiento de la identidad étnica de sus pueblos, para lo que la preservación de la odiada confesión arriana de los mismos resultaba básica. Al final todos ellos habrían tenido que optar por una de las dos soluciones, dejando así de constituir un problema interno para Bizancio.

Por cierta rutina se ha venido hablando de cómo al problema étnico germánico, gótico en especial, sucedió otro protagonizado por los isaurios. Sin embargo, no creemos que el paralelismo sea exacto. El problema isaurio sería más el de una minoría de oficiales de ese origen, apoyados en sus clientelas armadas, por hegemonizar el ejército de maniobra mediante un emperador cuyo poder se basase exclusivamente en ellos. Pero ni constituirían un grupo políticamente homogéneo, ni mucho menos tenían ese peligroso sentimiento de identidad, y cuasi dualidad, étnica extraña al Imperio como sus antecesores germanos. Así el emperador isaurio que fue Zenón tendría que hacer frente a una serie de rebeliones instigadas en buena medida por sectores de la aristocracia senatorial constantinopolitana que le consideraba un advenedizo que había venido a romper el monopolio que del gobierno central venían teniendo desde los tiempos de Teodosio el Grande. Para ello se aprovecharían tanto las disputas religiosas como el puntual malestar de la población de la capital, sometida a una presión demográfica creciente y a una falta de trabajo y pérdida de nivel de vida, y las aspiraciones de algún jefe isaurio o incluso germano (Teodorico Estrabón). Así se podrían explicar la rebelión de Basilisco (475-476) que levantó la bandera de su monofisismo y de su isaurofobia, aunque al principio se apoyase en Illo, otro jefe militar isaurio; la revuelta de Marciano en el 479, sostenido por la emperatriz viuda Verina y que contó con el apoyo de Teodorico Estrabón, siendo derrotado por Illo; y en el 483 la final rebelión del isaurio Illo, que también contó con el apoyo de Verina y pretendió proclamar emperador a Leoncio, al fin derrotados con el apoyo de federados germanos. Finalmente, con la subida al trono de Anastasio, un antiguo funcionario cortesano, se produjo la victoria de tales sectores políticos. Con el apoyo popular los isaurios serían expulsados de sus cargos y de la capital, derrotando a sus clientelas militares totalmente en Cotieno (Frigia) en el 491. Con la captura siete años después de sus últimos jefes, Longino y Selino, el problema isaurio había dejado de existir; mientras, bastantes prisioneros isauros eran trasladados y asentados en Tracia.

Al final del siglo (493) un nuevo problema étnico parecía cernirse en el horizonte, con la aparición en los Balcanes de los búlgaros y cuatriguros. Eran éstos pueblos de origen húnico o turco-tártaro, que constituían la avanzadilla de otros grupos más numerosos de inmigrantes, en buena parte campesinos, de etnia eslava, los esclavones o eslavos meridionales y los antas o eslavos orientales. Unos y otros acabarían en buena parte por aculturizarse e indiferenciarse. Pero de momento todos ellos no protagonizarían más que alguna transgresión de tipo esporádico de la frontera danubiana. Y Anastasio prudentemente se contentaría con la construcción de los llamados largos muros, línea de fortificaciones situada a sesenta kilómetros al oeste de Constantinopla.